Ganadería 2025: Australia logra la resistencia al calor en las vacas de tambos con genética


La ganadería en Australia dio un paso revolucionario. Cuando el termómetro supera los 29 °C y la bruma húmeda envuelve los tambos de Queensland o Victoria, no hay ventilador ni sombra que alcance: las vacas dejan de comer, el ritmo respiratorio se dispara y la producción diaria de leche se desploma hasta 40 %. Ese drama estival, que amenaza la rentabilidad y el bienestar animal en una de las cuencas lácteas más importantes del hemisferio sur, tiene desde 2017 un nuevo antídoto: un índice genético que permite criar animales “a prueba de calor”.

La ganadería en Australia produce cerca de nueve mil millones de litros de leche al año, pero esa cifra se vuelve elástica cuando llega enero. Investigaciones del Departamento de Agricultura estiman que el estrés térmico le cuesta al sector más de 280 millones de dólares anuales entre litros perdidos, mastitis y menor fertilidad. Con el cambio climático empujando los picos de temperatura y la humedad, el problema dejó de ser coyuntural: amenaza la viabilidad de cientos de tambos familiares.

Un chip en el ADN contra el termómetro

La física vietnamita‐australiana Thuy Nguyen, doctora en biociencias de la Universidad de Melbourne, dedicó cuatro años a monitorear 40.000 vacas Holando y Jersey en cinco estados. Su conclusión rompió con el paradigma tradicional: medir la temperatura corporal no predecía la tolerancia al calor. El verdadero “termómetro”, dijo, estaba en el comportamiento. Vacas que se apretujan, comen menos, orinan en el mismo sitio y se quedan inmóviles son candidatas a rendir menos.

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Con esos datos sobre la ganadería desarrolló el Australian Breeding Value for Heat Tolerance (ABV‑HT), un índice que asigna puntuaciones en base a marcadores genéticos ligados a esa conducta. Un valor 100 es la media poblacional; por encima, el animal tiene mayor resiliencia térmica.

Trevor Parrish, dueño de la lechería Kangaroo Valley en Nueva Gales del Sur, fue uno de los primeros en sacar el cálculo. Al genotipar a sus toros descubrió que un semental estrella puntuaba 95: vistoso, pero “caloroso”. Otros dos superaban 105. Parrish no dudó: reemplazó pajuelas, reorientó la inseminación y hoy ya ordeña hijas de esos toros. “La caída de producción en febrero bajó de 30 % a 15 %”, asegura. “No gasté en galpones refrigerados, solo elegí mejor”.

Cómo funciona el ABV‑HT en ganadería

  1. Toma de muestras: se envía sangre o pelo de cola a los laboratorios de DataGene, la agencia de mejora genética que gestiona los registros lecheros del país.
  2. Secuenciación: se analizan más de 50.000 SNP (puntos de variación en el ADN) asociados a rasgos productivos y, desde 2017, a tolerancia calórica.
  3. Puntuación: el software cruza la huella genética con el banco nacional de rendimiento lácteo. Resultado: un número entre 80 y 120.
  4. Decisión: los ganaderos consultan un catálogo en línea para elegir toros y embriones según su objetivo (más leche, mejor grasa o, ahora, resistencia al calor).
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DataGene calcula que 35 % de las vacas de reposición inseminadas en 2024 ya provienen de toros con ABV‑HT>100, un salto impensado hace apenas siete temporadas. Estados Unidos, Italia y España —donde las olas de calor son cada vez más frecuentes— iniciaron validaciones propias. La Universidad de Florida probó el índice en 12.000 vacas Holstein y corroboró que las de mayor puntaje mantuvieron hasta 1,2 litros adicionales por día en jornadas de 30 °C con humedad relativa del 70 %.

El índice de ganadería también se alinea con nuevas exigencias de sustentabilidad: animales menos estresados consumen menos agua, usan mejor el alimento y reducen la emisión de metano por litro producido. “Seleccionar genética adaptada es la vía más barata y duradera para mitigar el impacto climático”, resume Nguyen, hoy asesora de la FAO.

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Lo que viene

El próximo paso es integrar el ABV‑HT a un “índice combinado” que incluya fertilidad, longevidad y huella carbono. Mientras tanto, los tambos australianos ya tienen una herramienta concreta: cambiar ventiladores por genética en ganadería. En un país donde el verano puede cocinar el reparto de leche, sembrar resiliencia en el ADN se perfila como la mejor sombrilla.