Verano 2025: cómo asegurar el bienestar en ganadería frente a calores extremos


Las olas de calor en el verano ya no son episodios aislados en el calendario productivo argentino. Con mayor frecuencia, intensidad y duración, los eventos de altas temperaturas combinadas con elevada humedad se transformaron en uno de los principales desafíos para la ganadería. En ese escenario, el bienestar animal deja de ser un concepto abstracto para convertirse en una condición indispensable que impacta directamente en la salud, el comportamiento y la productividad de los bovinos.

Especialistas del INTA advierten que, frente a condiciones climáticas extremas durante el verano, garantizar un ambiente físico confortable es clave para evitar el estrés térmico, una situación que compromete seriamente el equilibrio fisiológico del animal. Alimentación, agua de bebida, microambiente y manejo aparecen como los pilares de una estrategia integral que debe adaptarse a cada sistema productivo.

Desde la Organización Mundial de Sanidad Animal (OMSA) se establecen cuatro principios básicos para asegurar el bienestar de los animales: buena salud, alojamiento adecuado, correcta alimentación y la posibilidad de expresar el comportamiento propio de la especie. Cuando las temperaturas se disparan, cumplir con estos lineamientos requiere ajustes concretos y decisiones oportunas.

El impacto del estrés térmico en el verano

Leandro Langman, referente en bienestar animal e investigador del Instituto de Tecnología de Alimentos del INTA Castelar, explica que los bovinos son animales homeotermos, es decir, capaces de mantener su temperatura corporal relativamente constante aun frente a variaciones del ambiente. Sin embargo, esa capacidad tiene un límite.

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“Cuando un animal sufre estrés térmico pierde la posibilidad de contrarrestar las condiciones adversas del entorno, lo que genera alteraciones profundas en distintas funciones biológicas”, señaló Langman. La gravedad del impacto dependerá de la intensidad, la duración y la frecuencia de los eventos de calor, pero también de características propias de cada animal.

En este sentido, el especialista remarcó que no todos los bovinos responden de la misma manera durante el verano. “Ante un mismo manejo y las mismas condiciones ambientales, el nivel de estrés térmico varía entre animales. Las razas británicas son más susceptibles al calor que las índicas o las cruzas sintéticas como Brangus o Braford”, explicó.

Anticiparse es la clave

Uno de los primeros pasos para prevenir el estrés por calor es el seguimiento sistemático de las condiciones meteorológicas. Temperatura ambiente, humedad relativa, radiación solar y velocidad del viento son variables que, combinadas en distintos índices térmicos, permiten anticipar situaciones de riesgo.

“El pronóstico del tiempo es una herramienta fundamental de prevención”, destacó Langman. Cuando los índices térmicos alcanzan niveles de alerta, se recomienda evitar cualquier tipo de movimiento del ganado durante las horas críticas del día y reorganizar las rutinas productivas.

El manejo diario debe adaptarse a estas condiciones: los movimientos, trabajos sanitarios o traslados durante el verano deberían realizarse temprano por la mañana o al atardecer, cuando la carga térmica es menor. En situaciones extremas, incluso, la mejor decisión puede ser no mover a los animales.

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Alimentación y agua: dos factores decisivos

Durante episodios de calor intenso durante este verano, una parte significativa de la carga calórica que recibe el animal proviene de la alimentación. Por eso, es habitual que los bovinos reduzcan su consumo voluntario, lo que puede afectar los índices productivos.

Ante este escenario, Langman recomendó implementar dietas de verano que minimicen la producción interna de calor sin resignar eficiencia. Además, el suministro de alimento debe concentrarse en los horarios más frescos del día, como las primeras horas de la mañana o al caer el sol.

A este aspecto se suma una advertencia sanitaria clave. Germán Cantón, especialista en sanidad animal del INTA Balcarce, alertó sobre el riesgo de micotoxinas —como los ergoalcaloides— producidas por hongos que pueden infectar distintas gramíneas. “Estas toxinas pueden agravar el estrés térmico, ya que afectan la capacidad del animal para mantener una temperatura corporal adecuada”, explicó.

Entre los signos de alerta se encuentran la dificultad respiratoria, la anorexia, cambios de comportamiento, aumento del consumo de agua y la búsqueda constante de sombra. Detectar a tiempo estos síntomas y evaluar la calidad de los alimentos es fundamental para evitar mayores complicaciones.

En cuanto al agua de bebida, su disponibilidad y calidad son determinantes. En ambientes con temperaturas superiores a los 35 °C, el consumo de agua aumenta de manera considerable. Los bebederos deben garantizar agua limpia, accesible y a una temperatura adecuada, idealmente cercana a los 18 °C.

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Sombra, ventilación y confort

Mejorar el microambiente es otro de los ejes centrales para mitigar el impacto del calor. La provisión de sombra —natural o artificial— es una de las herramientas más efectivas para reducir la carga térmica. En sistemas más intensivos, también pueden incorporarse sistemas de aspersión y ventilación, que suelen funcionar de manera complementaria.

“El confort térmico no es un lujo, es una necesidad productiva”, resumió Langman. Ajustar el manejo, anticiparse a los eventos climáticos y comprender las respuestas del animal frente al estrés por calor son decisiones que no solo mejoran el bienestar, sino que también protegen la eficiencia y la sustentabilidad de los sistemas ganaderos.