Ganadería: las razas que mejor se adaptan al calor extremo
Hacia finales de 2025, la ganadería mundial atraviesa un punto de inflexión silencioso pero decisivo. Con el año encaminado a ubicarse entre los tres más calurosos de la historia, el impacto del estrés térmico dejó de ser una preocupación marginal para convertirse en una amenaza directa a la rentabilidad del negocio. La resistencia al calor ya no es una ventaja competitiva: es una condición básica de supervivencia económica.
Durante décadas, la respuesta al calor extremo se concentró en el manejo: sombra, agua, ventilación, ajustes en la alimentación y cambios en los horarios de trabajo. Hoy, sin desmerecer esas herramientas, el eje del debate se desplazó hacia un concepto más profundo y estructural: la arquitectura genética del animal. Qué raza se elige, qué genes se priorizan y cómo se planifica la adaptación al cambio climático son decisiones que empiezan a definir ganadores y perdedores en la ganadería global.
El reinado de los cebuinos: mucho más que una joroba
En este nuevo escenario, la superioridad de las razas Bos indicus resulta cada vez más evidente. Brahman, Nelore y Guzerat demostraron a lo largo de 2025 una notable capacidad para mantener su desempeño productivo bajo temperaturas extremas, incluso con registros cercanos a los 41 °C, sin que se disparen su temperatura corporal ni su frecuencia respiratoria.

Lejos de ser casual, esta ventaja responde a adaptaciones fisiológicas y anatómicas específicas. La piel suelta, con mayor superficie corporal expuesta, facilita la disipación del calor. A esto se suma una elevada densidad de glándulas sudoríparas y un pelaje corto y lacio que refleja la radiación solar, reduciendo la acumulación térmica. El resultado es un animal capaz de seguir pastoreando y consumiendo alimento cuando otras razas reducen drásticamente su ingesta para evitar el sobrecalentamiento.
En términos productivos, esa capacidad de sostener la eficiencia metabólica bajo estrés térmico se traduce en menos pérdidas de peso, mejores tasas reproductivas y mayor estabilidad del sistema.

La revolución del “pelo corto” y el gen slick
Si los cebuinos consolidaron su liderazgo, 2025 también fue el año de la consagración del fenotipo “slick”: animales de pelo extremadamente corto, fino y brillante, asociados a una termotolerancia superior. Razas como la Senepol y algunos biotipos de ganado Criollo —entre ellos el Romosinuano— portan un gen específico que les permite disipar calor con una eficiencia comparable a la de las razas índicas.
La diferencia es estratégica. En estos animales, el calor no queda atrapado cerca de la piel y la evaporación del sudor es rápida y efectiva. Esto no solo mejora el bienestar animal, sino que impacta directamente en la productividad: mayor ganancia diaria de peso, mejor desempeño reproductivo y menor necesidad de infraestructura de enfriamiento.

En exposiciones ganaderas y remates de genética realizados durante 2025, como la Expo Rural, la demanda por reproductores con marcadores asociados a resiliencia térmica alcanzó niveles récord. El mensaje del mercado fue claro: la adaptación climática empezó a valer tanto como la conformación o la calidad carnicera.
Lechería bajo el sol: un desafío aún mayor
El impacto del calor es todavía más crítico en la producción de leche. Diversos estudios coinciden en que el estrés térmico puede provocar caídas de entre el 25% y el 40% en el rendimiento lácteo, con picos aún mayores en eventos extremos. Frente a este escenario, la selección genética orientada a la tolerancia al calor dejó de ser una herramienta local para convertirse en un criterio global.
En 2025 se generalizó el uso de indicadores como el Valor de Cría Australiano (ABV) para tolerancia al calor, incorporado a los programas de mejoramiento en múltiples países. En ese contexto, la raza Girolando ratificó su posición como la gran referencia de los sistemas lecheros en climas cálidos. El cruce estratégico entre Holstein y Gir logra un equilibrio difícil de igualar: altos volúmenes de producción con una notable capacidad de termorregulación.
Entre las razas europeas, la Jersey continúa siendo la opción más eficiente frente al calor, gracias a su menor tamaño corporal, su metabolismo más moderado y una mejor relación entre consumo y producción.

Genética, manejo y tecnología: una ecuación indivisible
El nuevo paradigma ganadero muestra que la genética, por sí sola, no alcanza. La adaptación real surge de la combinación entre animales resilientes y sistemas de manejo inteligentes. La ganadería regenerativa, el uso de indicadores como el Índice de Carga Térmica (HLI) y el monitoreo individual permiten identificar dentro de cada rodeo cuáles son los animales mejor preparados para enfrentar el estrés climático.
En este contexto, ciertas razas se consolidaron como líderes en adaptación durante 2025. En carne, Brahman, Nelore, Senepol y Romosinuano marcan el camino. En leche, Girolando, Jersey y Guzerá se destacan por su eficiencia. En sistemas de doble propósito, Sahiwal y Gyr ofrecen una combinación equilibrada de rusticidad y producción.
Tres razas, tres respuestas al calor extremo
El Brahman continúa siendo el estándar de oro en zonas críticas. Su elevada densidad de glándulas sudoríparas, su piel suelta y su capacidad de reducir la tasa metabólica sin comprometer completamente la nutrición le permiten mantenerse activo bajo condiciones donde otras razas entran en “modo supervivencia”.

La Senepol, en tanto, ganó protagonismo por su gen slick. Como raza Bos taurus, ofrece carne de alta calidad con una tolerancia térmica comparable a la de los cebuinos, lo que la convierte en una herramienta clave para programas de cruzamiento orientados a mejorar la resiliencia sin resignar valor comercial.
En el segmento lechero, la Girolando se consolidó como la raza más rentable en climas cálidos. Mientras una Holstein pura puede perder hasta la mitad de su producción durante una ola de calor, la Girolando mantiene curvas de producción más estables y reduce la dependencia de costosos sistemas de enfriamiento artificial.
La lección que deja 2025 es contundente: la selección genética ya no apunta únicamente al animal que más produce, sino al que mejor se adapta a un mundo más caliente. Ignorar la termotolerancia implica asumir costos crecientes, mayores pérdidas productivas y un riesgo real para la viabilidad del negocio ganadero en la próxima década.
